El museo de la John Deere que nadie imagina en Lebrija

El museo de la John Deere que nadie imagina en Lebrija

España.- El agricultor y empresario Raúl Sánchez, más conocido en su pueblo como El Mimi, atesora en una entreplanta de su obrador de bombones de higos una increíble colección de miniaturas de la célebre marca americana que hubiera sido el orgullo de su fundador.

 

A Raúl Sánchez, más conocido como El Mimi, lo hechizaron los tractores de la marca John Deere cuando, a sus 15 años, lo llevó su padre a las naves sevillanas de Agrotractor como si lo hubiera llevado a conocer el hielo. Su mundo, seguramente más pequeño entonces, se le antojaba tan ilimitado como el que le ofrecían las inmensas marismas del Guadalquivir, y la estampa de aquellas máquinas verdes navegando por entre los terrones del campo lebrijano se le estaba grabando en plena adolescencia tan a fuego lento en su retina, que al ver tantos ejemplares juntos se encaprichó de una pequeña maqueta que le cupiera en el cuenco de la mano.

“Me compré mi primer tractorcito siendo casi un chiquillo”, recuerda él ahora, más de treinta años después y dueño no solo de la mayor colección de tractorcitos de aquellos que pueda imaginarse en Sevilla, sino de un buen número de tractores de verdad. Dedicado a la agricultura marismeña intensiva y extensiva, hoy dispone de seis tractores y siete máquinas cosechadoras, todos de la marca John Deere, cuyo logo del ciervo amarillo brincando sobre el fondo verde es tan habitual en el mundo de El Mimi que él no entendería las coordenadas de su día a día sin él. Tan aferrado a esta marca, a ese logo y a esos colores está El Mimi, que si uno lo acompaña de su casa a la nave industrial donde guarda los aperos agrícolas, o de aquí al obrador de bombones de higos con tienda incluida que regenta en Lebrija –Lágrimas de Nebrija-, no cesará de ver ciervos y superficies amarillas y verdes por todas partes: en su ropa, en su llavero, en su gorra, en su libreta. John Deere por todas partes.

Al mítico John Deere también le habría encantado visitar el museo que, en su honor, ha construido El Mimi a lo largo de su vida. MAURI BUHIGAS
Al mítico John Deere también le habría encantado visitar el museo que, en su honor, ha construido El Mimi a lo largo de su vida. MAURI BUHIGAS

Pero sobre todo en ese museo desconocido que mantiene como un santuario dedicado a la célebre marca de maquinaria agrícola en una especie de entreplanta un tanto secreta que él solo enseña a sus clientes más selectos al fondo del obrador. “En mi bodeguita”, sostiene Raúl mientras invita a quien él quiere a una copita del vino dulce que él mismo produce y cría en tres pequeños barriles que adornan también el coqueto espacio, provisto de una mesa con banquitos y una barra como de tabanco antiguo. De hecho, a la curiosa dependencia se accede a través de una puerta de pequeñas dimensiones, como de gnomo en edad de crecer. Sin embargo, lo más llamativo del habitáculo es que apenas hay huecos en las paredes que no haya cubierto la ingente colección. En repisas perfectamente ordenadas a distintas alturas, hay tractores en miniatura de la marca John Deere, claro, muchos tractores, pero también remolques, cosechadoras, trillas, grúas, coches, camioncitos, arados, cisternas, excavadoras y piezas sueltas necesarias para la composición de todo ese universo que él controla desde hace tanto y a todas las escalas. Por todas partes dominan el verde y el amarillo. El verde y el amarillo de la Yondi, como se conoce popularmente la marca americana por estos lares. Por Lebrija y su comarca, quien más quien menos tiene un Yondi, pero nadie ha llegado al nivel obsesivo de El Mimi por coleccionar absolutamente todo lo relacionado con los productos de la poderosa compañía Deere & Company, una de las marcas de equipos de construcción y agrícolas más importantes de todo el mundo.

En el museo John Deere de El Mimi no falta, de la marca, ni el específico vestuario agrícola. MAURI BUHIGAS
En el museo John Deere de El Mimi no falta, de la marca, ni el específico vestuario agrícola. MAURI BUHIGAS

En el museo de Raúl no solo se acumula la maquinaria en miniatura que él ha estado coleccionado durante estas tres últimas décadas, todo el merchandising que tampoco hubiera imaginado vinculado a su trabajo el propio John Deere de verdad, aquel herrero estadounidense que empezó especializándose en arados que surcasen la dura tierra del western, sino también maquetas a mayor escala, como juguetes para niños, que él mismo construyó hace quince o veinte años. “Me dio por ahí, vi las maquetas en unas revistas y me puse a hacerlas con mis propias manos y con material que yo mismo reciclaba”, cuenta El Mimi señalando un tractor fabricado por él mismo y pintado primorosamente con cada color básico que dicta la célebre marca.

Alrededor de estas maquetas, compradas en tiendas, en ferias, pedidas por internet últimamente o fabricadas caseramente, gira el universo John Deere en todas sus posibilidades: gorras de distintas épocas, diseños y colores, guantes, manuales, libros, pósteres, llaveros, abrelatas, relojes, termos, lubricantes, monos de trabajo, chubasqueros, paraguas, almanaques, casitas, carteles, pegatinas, alpacas, vasos y platos… “Todo porque a mí me ha gustado siempre tener o inventar lo que no inventa nadie”, insiste Raúl, orgulloso de su increíble colección sin más clasificación que la meramente intuitiva.

Detalle de algunas piezas del museo John Deere. MAURI BUHIGAS
Detalle de algunas piezas del museo John Deere. MAURI BUHIGAS

Otro self-made man de campo

Raúl Sánchez, que heredó de su padre hasta el mote de El Mimi, es un hombre de pura cepa lebrijana que apenas si logró sacar los estudios primarios. Sin embargo, desde que salió del colegio “no he hecho otra cosa que trabajar, innovar y buscarme la vida”. Lo dice señalando sus tierras, unas sembradas de algodón y otras de higueras, cuyos higos utiliza tan creativamente en su obrador de bombones que alternan este fruto antiquísimo con el chocolate. “Solo tuve una época mala en que se me juntó todo”, reconoce este lebrijano tan creativo que también deja traslucir su lado más humano y vulnerable. La época a la que se refiere son los años anteriores a la pandemia del Covid, en los que cayó, como la presa de una rapaz, en las garras del alcohol. “En la televisión de Lebrija me entrevistaron y la presentadora se sorprendió de que yo lo contara abiertamente”, dice, mientras recuerda su propia decisión inapelable de desengancharse para siempre. “Pero yo no tengo problema ninguno en reconocerlo y, si sirve para abrirles los ojos a algunos, mejor. Estuve un verano completo en un centro de Sevilla y lo conseguí”, cuenta satisfecho. A ello le ayudó sobremanera su proyecto del obrador, la empresa que le ha aportado tantas satisfacciones, no solo económicas, en estos últimos cuatro años y cuyo obrador envuelve precisamente su particular museo de John Deere, otro hombre hecho a sí mismo, al otro lado del Atlántico, al otro lado del siglo XIX…

Nadie puede imaginar hasta qué punto no le falta un perejil a este museo de la John Deere en Lebrija. MAURI BUHIGAS
Nadie puede imaginar hasta qué punto no le falta un perejil a este museo de la John Deere en Lebrija. MAURI BUHIGAS

Porque también John Deere, el ídolo de Raúl Sánchez El Mimi, tuvo su época de bajón, como todo el mundo, incluidos los genios. Deere tuvo más complicado su inicio porque se quedó muy pronto sin padre y fue su madre quien le pudo dar una educación muy básica en Vermont… El joven John trabajó como aprendiz de herrero antes y después de casarse en 1827. Una década después, la pareja estaba a punto de tener su quinto hijo y una bancarrota hogareña que evitaron vendiéndole la tienda que regentaban a su suegro. Deere se marchó a Illinois, a más de mil kilómetros de su hogar, dejando a su mujer y a sus cinco hijos para reunirse con ellos cuando consiguiera enderezar su situación.

Raúl Sánchez Ruiz, El Mimi, posa delante de uno de sus seis tractores de verdad. MAURI BUHIGAS
Raúl Sánchez Ruiz, El Mimi, posa delante de uno de sus seis tractores de verdad. MAURI BUHIGAS

Lo fue consiguiendo porque en la zona de Illinois, América profunda, no había más herrero que él, que rememoró la sastrería de su padre, tantas décadas atrás, al aplicar la técnica de pulir y afilar las agujas pasándolas por la arena. Deere recordó de pronto que a su padre le servía aquel afilado silvestre para que las agujas atravesaran el durísimo cuero y, al percatarse de que los arados agrícolas no funcionaban demasiado bien en aquella dura pradera de Illinois, concluyó que un arado de acero pulido y afilado como las agujas de su padre, además de construirlo de una sola pieza, podía manejarse muchísimo mejor en aquel suelo de arcilla pegajosa. Tenía la edad de Cristo cuando construyó su primer arado de acero, y ahí empezó todo.

El duro hierro pulido, con una sola pieza de acero, convirtió los arados de John Deere en los mejores de todo el Medio Oeste. No tardó en asociarse con Leonard Andrus para producir arados al ritmo casi vertiginoso que empezó a exigir la demanda. Se separó de su socio y montó la empresa junto al río Misisipi, buscando un eficiente nudo de comunicaciones. Una década después, había conseguido ya vender más de 10.000 arados y otros instrumentos agrícolas como los que hoy utiliza El Mimi para arar su tierra y la de otros, por encargo, para nivelar terrenos, e incluso para trillar y limpiar playas como la de Costa Ballena, en Chipiona y Rota, cuyos ayuntamientos demandan año tras año los eficientes servicios del lebrijano.

Raúl Sánchez Ruiz, El Mimi, posa delante de uno de sus seis tractores de verdad. MAURI BUHIGAS
Raúl Sánchez Ruiz, El Mimi, posa delante de uno de sus seis tractores de verdad. MAURI BUHIGAS

John Deere dejó el trabajo diario en manos de su hijo, Charles Deere, cuando el negocio mejoró hasta el punto de poder convertirse en una corporación, antecedente de la multinacional actual, con sus principales centros logísticos en EEUU y Argentina. El viejo Deere se centró, ya en su vejez, en asuntos políticos e incluso llegó a ser alcalde de la ciudad de Moline durante algunos años, y hasta presidente de su banco y director de su biblioteca pública. Pero esa es ya otra historia que también cabe en gente que no puede parar quieto un momento, como reconoce El Mimi, cuyo futuro está aún por escribir.

 

La Voz del Sur / Álvaro Romero

 

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