La historia de la pelea de Pablito Pérez y Noel Riera – Freddy Colmenárez

La historia de la pelea de Pablito Pérez y Noel Riera – Freddy Colmenárez

(Serie: Historias que me contaron)

El orgullo “malo”, concebido como arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que conlleva al sentimiento de superioridad, ha de ser la lucha interna que toda persona debe enfrentar consigo mismo.

 

Frecuentemente ha sucedido así, una persona que sea buen barbero, buen albañil, buen herrero, buen estudiante, buen médico, buen abogado, buen ingeniero, buen orador o bueno en cualquier otro oficio o arte, siempre va a estar atento de otra persona que sea bueno como ésta y, conociendo que existe, disimuladamente, procurará tener referencias de aquella persona o conocerle para ver qué tan bueno es e indirectamente comprobar si esta persona sigue siendo la mejor en su arte u oficio.

Y eso, precisamente, fue lo que le pasó a Pablito Pérez…

Pablito era un hombre chiquito, algo joven, de unos cuarenta años, respetado, de contextura gruesa y fuerte, de energías vivas, jugador de garrotes, buen defenso y bien “arrecho” pa’ echar palos…

Pablito Pérez era de un caserío muy alejado de los caseríos sanareños y un día, en épocas de cosechas de café, llego hasta su lugar de residencia un señor oriundo de estos caseríos sanareños y con él comenzó a conversar, de muchos temas, como son todas las “conversas”.

Coincidieron, juntos, en un par de hilos de café durante labores de la recogida del fruto y como es costumbre iniciaron una conversación.

–              Amigo, ¿Y de qué parte es usted?

El hombre le respondió, explicándole que venía de lejos, pasando de hacienda en hacienda y de caserío en caserío, aprovechando la zafra o el tiempo de la cosecha para reunir un dinero y por allí continuó la conversación, abriéndose con infinidad de temas.

Al rato, reorientando su conversación sobre lo que deseaba saber, le vuelve a preguntar:

–              Amigo, ¿Y, por allá, del sitio de donde es usted, no hay personas que sepan “jugar garrote”?

El hombre le respondió:

–              Si… Por allá hay algunos.

Pablito, para disimular el propósito, cambió el objeto de conversación, pero transcurrido algunos minutos volvió a recordarle el tema inicial haciéndole otra pregunta:

–              ¡Oiga!, Amigo, pero de esos señores que juegan garrote debe haber alguno que sea “afamao”, que peleando con varios a todos les haya ganado. Uno que sea así como el más respeta’o…

Y, el hombre, recordando a Noel Riera, en el caserío “San Antonio”, rápido le respondió:

–              Si. Allá está uno.

Y, complementó:

–              El hombre es bueno. Nadie se mete con él porque ese mayor, cuando estaba nuevo y que aporreó a varios que le faltaron el respeto. El hombre es bueno porque fíjese que, estando mayor, porque ya está pisando los sesenta años, lo han visto jugar palos con varios y el hombre se los lleva a todos. Siempre les ha gana’o.

¿Y cómo se llama ese señor?, preguntó Pablito con presurosa curiosidad:

–              Noel Riera, respondió el hombre…

Pablito Pérez, sintiéndose satisfecho con la información lograda, no volvió a tocar el tema de conversación y en su mente fijó dos nombres: Noel Riera y el caserío “San Antonio”.

Pasó la cosecha del café y transcurrieron los meses y Pablito Pérez comenzó a planificar un viaje. No sabía en cual dirección le quedaba “San Antonio” pero comenzó a preguntar para conocer la ruta y el tiempo necesario para llegar.

Lo hizo por tramos, primero llegó hasta un caserío intermedio entre “Villanueva de Guarico” y “San Antonio”, allí se estuvo trabajando un par de meses, reunió más dinero y continuó su rumbo por esos caminos reales, hasta llegar a “San Antonio”.

En lo último de su recorrido, se detuvo frente a una casa y, luego de saludar, pregunto:

–              ¿En dónde vive Noel Riera?

–              Allí mismito, le respondieron.

–              Siga más adelante, la casa grande con el corredor largo que esta frente al camino y que tiene un patio ancho con piso de lajas, en esa casa va a encontrar a Noel Riera…

Apuró el paso y llegando a la casa indicada comenzó a llamar, en forma de saludo, y fue atendido por unas muchachas muy bonitas que enteradas sobre a quién buscaba le mandaron a pasar y le consiguieron un vaso de agua.

–              Espérese un poquito, que mi papá salió a buscar una leñita y ya debe de estar por llegar, dijo una de aquellas muchachas.

Pablito sonrió, para decirle:

–              Emprésteme una silla para sentarme debajo de aquella sombrita.

Y señaló un frondoso árbol de Majagua que se encontraba retirado de la casa.

Hasta allí le llevaron un jarro con un sabroso café que Pablito agradeció, mientras ve llegar a un hombre alto, cargado con un brazado de leña, que dejó caer en el suelo.

–              “Papá”, dijo la hija, “el señor lo está buscando” …

Noel Riera, quiboreño, de porte alto y de llamativos ojos azules, se acercó con el sombrero a medio lado que dejaba ver una parte de su amplia calvicie y con un gesto de sonrisa, extendió su mano para estrechar la mano de su visitante y decirle:

–              Mucho gusto, Noel Riera, para servirle a usted y a los suyos.

Muchas gracias, dijo el, “Yo me llamo Pablo Pérez, pero todos me dicen Pablito”.

Y comenzaron a conversar.

Le comentó sobre lo bonito de todos aquellos campos y sobre el verdor de los cafetales. El estilo de construcción de las casas que por allí había observado. Le habló de su lugar de origen y de lo distante que se encontraba.

Noel le contó la manera como había llegado a aquel lugar, siendo casi que un pionero fundador y sobre lo que él hizo, ya estando hombrecito, para talar una parte de aquella montaña que decidió hacer propia para fundar su haciendita de café.

Así estuvieron conversando por ratos largos, en lo que transcurrió el tiempo de dos horas, almorzaron juntos y continuaron la conversación.

Pasado un par de horas más y Noel, sin lograr identificar el propósito de la visita y bellaco como era, queriendo indagar, le dijo:

–              Pero usted no habrá venido de tan lejos sin ningún motivo. Usted a lo mejor viene en algo.

Pablito, ya sin disimulo, quiso dejarse ver en su interés e indirectamente fue elevando el tono, al ver la bellaquería del viejo Noel.

…y le espetó:

–              Pues a mí me dijeron que usted y que juega palos muy bien, que todos lo respetan (y para caldear más el asunto le comenta un agregado de provocación) y usted y que se la da de una vaina.

Noel, jugador de palos como era y habiendo encarado muchas peleas en sus años de juventud con el mismo propósito como el que acostumbraban los buenos jugadores de palos, identificó en Pablito uno más de aquellos que tanto habían querido probar en él, y le responde tajantemente:

–              No será que me la doy de una vaina, sino que no me dejo de naiden.

Y agregó: Espéreme aquí que yo ya le voy a dar de lo que usted anda buscando…

Y levantándose de la silla, se fue hasta su casa y al momento se escuchó un alboroto con voces de mujeres asustadas que dentro de la casa se percataron que Noel había salido de su cuarto con un par de garrotes relumbrosos, uno de “vera” y otro de “surui”.

Salieron en tumulto detrás de su padre rogándole que no fuera a pelear, mientras Noel con pausado caminar, sereno y seguro de sí mismo, mostraba un rostro de complacencia al tener una nueva oportunidad para mostrarse a sí mismo en qué condiciones estaba para “echar palos”.

Una de las hijas, viendo que ya era imposible evitar lo que estaba por suceder, corrió a la casa de algunos vecinos para pedir ayuda, y de esa forma la noticia corrió con rapidez en las otras casas del caserío que comenzaron a hacer aparecer a los curiosos que, también, deseaban ver las condiciones en las que se encontraba Noel, luego de muchos años conociendo las historias que otros viejos contemporáneos contaban sobre la mocedad de Noel en aquellos menesteres.

Noel, llegado hasta donde estaba Pablito le extendió, con singular naturalidad, el garrote de surui, diciéndole:

–              Coja este pa’ usted…

Pablito, aunque más joven y conociendo las costumbres de los antiguos y viejos peleadores de palos en los campos venezolanos, dio las gracias e hizo el gesto de saludo agarrando sutilmente su sombrero con la mano izquierda.

Noel comenzó a caminar en giros alrededor de Pablito, mientras este procuraba alejársele, pero siempre dentro del mismo círculo, anticipando la primera “punta” posible con la que pudiera salir Noel.

Noel, más beyaco en el arte de “los palos de riña” se percató del natural temor que despertaba en Pablito, pero consciente que era el desafiante que desde lejos había venido no hacía “a menos” a Pablito porque, pese a ser más joven, seguro que algo traía con él y hasta, quizás, “una punta” del juego no conocida por Noel.

Noel, intuyendo la reservada precaución de Pablito, quiso hacer una concesión a su contrincante e hizo una llamada propia del “juego de palos” que Pablito atendió y, seguidamente comenzó la riña.

Noel lanzaba palos a Pablito que rápidamente lograba esquivar pero que eran aprovechados por Noel para adentrarse más hacia su contrario, evitando posibilidad alguna de ataques de Pablito que solo hacía de defenso.

Las mujeres gritaban mirando aquel encuentro de violencia mientras Noel, sobrado en fuerzas, viendo que Pablito no le atacaba y solo se limitaba a defenderse, le ofrecía breves instantes de tiempo para el descanso, deteniendo los ataques hacia Pablito y mirando a las gentes que les observaban y ponderándose a sí mismo, decía:

–              ¡No ven, pues!

En una de esas Pablito quiso aprovechar y atacó a Noel con un palo a la cabeza, pero éste “tapando el palo”, con habilidad lo devolvió con otro palo a la cabeza de Pablito causándole una herida que rápido comenzó a sangrar.

En esa contienda llevaban casi media hora en la que Pablito acumulaba tres heridas en su roja cabeza, muy sangrante, cuando la resistencia del viejo Noel comienza a jugar en su contra, distanciando sus acometidas.

Pablito, viendo que su estrategia empleada por fin hacia efectos, al ver cansado a Noel, decide pasar de la defensa al ataque y seguidamente empuja su cuerpo, garrote y brazo contra quien se veía ganador.

Con pasos cortos hacia atrás y buenas “tapas” se defiende Noel hasta que con asombro la multitud de personas logra ver cuando el catire Noel recibe un contundente garrotazo en su cabeza que le hace sangrar copiosamente.

Transcurrida media hora más, la pelea parece verse muy pareja en los “turneados” roles de ataques y defensa de cada uno de los peleadores que parecían cambiar posiciones, según el cansancio de cada uno de ellos que evidentemente era mayor en Noel.

El rostro ensangrentado era común en los peleadores, causados por las varias heridas recibidas en sus cabezas.

Pablito apartaba la sangre de su frente, como si fuera sudor para que ésta no opacara su visión, mientras Noel dejaba correr hasta la boca su sangre para saborearla y haciéndose escuchar de la multitud que lo miraba, decía en voz alta:

–              ¡Ahhhhh… está dulcita!

Pablito también se veía agotado aunque menos que Noel y ambos, reconociendo el valor y la resistencia de cada contrario, coinciden en separarse un poco para descansar; ocasión que convenientemente aprovecharon las hijas para ofrecerle agua a su padre, mientras otro grupo de personas acudieron hasta Pablito con un vaso con agua y, seguidamente, le pidieron entrar a la casa para que se lavase el rostro.

Luego de tomar agua y seguir cansados y no queriendo dar por terminada la pelea, son otros los viejos allí presentes que intervienen para convencer a Pablito diciéndole que podía continuar la pelea, luego de lavarse la cara.

A Noel le colocan una silla, y engañosamente le explican que Pablito saldrá pronto pues solo va a lavarse la cara para continuar la pelea.

Pero, ya dentro de la casa varias personas del caserío le piden a Pablito que se marche advirtiéndole que de no hacerlo puede resultar un muerto de esa pelea y es lo que quieren evitar y, casi que echado a la fuerza, a empujones es sacado por una puerta trasera de la casa, a escondidas de Noel y en grupo de personas, fue acompañado hasta bien lejos de la casa.

Noel, aun sentado en aquella silla, procurando la salida del Pablito se le escuchaba decir:

–              “Suéltenme el pollo, sáquenme el pollo pa’ fuera, que aquí lo espero…”

Pablito se fue de del caserío “San Antonio” al día siguiente luego de que otros vecinos le atendiesen en hospedaje y comida.

Cuentan que sobre la pelea se escuchó el cuento en aquel apartado caserío en donde residía Pablito y hasta él acudían sus amigos para preguntarle sobre Noel:

-Pablito, ¿Y sí es verdad que aquel hombre es bueno pa’ echar palos?

Entonces, Pablito respondía:

–              ¡Confiro!

–              El hombre pelea… el hombre pelea…

FIN

NOTA: Esta pequeña historia acontecida en los años sesenta en uno de los caseríos cafetaleros de Sanare, fue común en muchas zonas rurales en donde hombres de valor empuñaban un garrote bajo el antiguo arte del ahora casi desaparecido “juego de palos venezolano”, en donde muchas de las veces se entablaba una riña casi que por costumbre o hábito y, encontrándose con un contrincante tan igual en destreza, solo comprobada mediante el intenso combate, resultaban en una amistad entrañable o en compadrazgos llenos de afectos. Los insignes investigadores: Prof. Argimiro González (tocuyano) y el fallecido Eduardo Sanoja (caraqueño) desde Cabudare dejaron muchos aportes al respecto.

 

Ing. MSc. (uclaista) Freddy A. Colmenárez-Betancourt / (11.585.479) / fantonicbc@gmail.com / Sanare, Lara, Venezuela, 01 Junio de 2024.

 

Lea También: La nueva caficultura venezolana / Toribio Azuaje

 

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